Llevo
algunos años que no siento la navidad; algo que me parece ficticio,
un teatro, una farsa.
Por
imposición, hay que celebrar unas fechas que ni siquiera concuerdan
con la verdad (Jesús no nació el 24 de diciembre). Las familias se
reúnen en torno a una mesa donde a veces muchos de sus miembros ni
se aguantan. La movilidad, el gasto y el derroche se multiplican, los
mercados se desbordan y la gente se lanza a comprar y consumir de una
manera frenética. A mí no me importa lo que hagan o deshagan los
demás, pero yo he decidido ser coherente conmigo misma: quiero decir
que lo que pienso, lo que siento y lo que hago debe concordar para
que mi cuerpo no se resienta ante el caos que desencadena la falta de
equilibrio entre las partes.
Conozco
personas que enferman por estas fechas debido a que no saben cómo
manejar algunas situaciones que plantea el tener que reunir a la
familia con la falta de espacio, dinero o motivación. Y si hablamos
de los adornos navideños…, la tienda de abajo ya flanqueó la
entrada con los arbolitos del año pasado cargados de bolas,
guirnaldas y luces, todo colocado de forma automática, sin
imaginación ni esmero. Si llegara un extraterrestre y preguntara
para qué los arbolitos con adornos, imagino que la respuesta sería
esta: Es navidad. Y ese "Es navidad" lo justificaría todo.
Así nos volvemos más entrañables, emotivos, más gastosos, más
glotones, más falsos, más ciegos, más hipócritas… Echamos de
menos a los que ya no están con mucho más empeño que en otros
momentos y, como es sabido, recurrimos a la rueda del consumismo con
la intención de alimentar carencias y socorrer nostalgias. Porque, a
ver, si de verdad te apetece reunir a la familia, traer de León a la
tía Matilde (que no hay quien la aguante) y almorzar todos juntos
una noche, repartir regalos, brindar, incluso tener presente a Jesús,
a Buda o a tu ídolo de adoración predilecto, ¿necesitas esperar a
que te digan cuándo hacerlo?..., ¿necesitas que los precios se
disparen, las calles se iluminen, las tiendas modifiquen sus
horarios, los mercados se colapsen y los rótulos parpadeen
anunciando el “pistoletazo de salida”: ¡¡¡Es navidad!!!
Bueno,
no sé si mi familia comprenderá que yo no voy a continuar con esta
farsa ni voy a celebrar las fiestas, con lo que habrá que trasladar
el escenario a otra parte si ellos quieren seguir con esto. Lo que sí
espero es que lo respeten, como yo respetaré a todo aquel que decida
moverse en automático.
Mercedes Alfaya.
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