Un
día vas con tu coche por la carretera y ¡zas! Parada en seco. Ahí termina todo.
La vida se desvanece. Ya es seguro que no desayunarás con tu compañera de
trabajo ni tendrás que soportar las impertinencias del jefe. Lo bueno de esto,
si es que algo tiene de positivo, es que, de momento, se te aclaran las dudas.
Por ejemplo, si ya sospechabas algo, lo veías venir y todo apuntaba a que ese
día tendrían que prescindir de ti, ahora, la posibilidad se ha convertido en
certeza: llegar, no llegas. Y ¿qué se puedes hacer en estos casos inesperados?
La verdad es que nada. Ni siquiera existe la posibilidad de pedir ayuda. ¿Quién
dispondría de alas para sacarte de este trance solitario y caótico?
Puede
ocurrir que se abra la puerta del coche y aparezca tu madre a hombros de Correcaminos:
mik-mik, recordándote que ya te lo advirtió, que esa carretera es de
pesadilla. Pero bueno, sería una ensoñación, porque tu madre no se va a
presentar en el lugar de autos (nunca mejor dicho) para sacarte de un
descomunal atasco en el que te has metido tú sola, por cabezota.
Mercedes Alfaya.
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