viernes, 17 de septiembre de 2010

Y tenía corazón

Anatomía del Corazón ("Y tenía corazón")
Óleo sobre lienzo; Museo de Bellas Artes.
Málaga. España.
Enrique Simonet (1863-1927)



Por una de esas casualidades de la vida (en las que yo no creo) ha llegado a mis manos esta lámina tan curiosa. En ella aparece una joven prostituta muerta y un médico que practica una autopsia y que parece sorprendido ante el hallazgo de un corazón; un buen corazón, escondido en ese cuerpo al que la difunta no debió conceder una vida plena.

Y esto me ha servido para contar algo:

A menudo, como un pasatiempo, tomo una persona (cualquiera puede ser candidato a mi cirugía particular), le saco el corazón y lo analizo. Lo aíslo de su entorno, lo envuelvo en mis manos, lo coloco frente a mis ojos y lo desnudo; lo desnudo con los dedos limpios, sin invadir su intimidad. Busco roturas, huellas, cicatrices que hablen del pasado, de sus tropiezos, sus quistes; del amargor solitario en su latir…. A veces, me topo con sus frustraciones, sus miedos (solapados entre pespuntes arrogantes y brillos deshilachados). Y es cuando comprendo las grietas subterráneas de esa impecable fachada que lo envuelve; es cuando comprendo... (repito). Entonces, me acerco el corazón a los labios y lo beso: “No sufras, no es contigo con quien se ceba el mundo, es con ese tu destartalado cuerpo que no sabe protegerte”. Luego, deposito el corazón en una bandeja de plata, lo reparo con mis hilos invisibles y, como un pez, agonizante y desorientado, lo devuelvo enseguida a su habitad; lo dejo marchar.

Quizá ésta, mi faceta de cirujana novata, por una de esas casualidades de la vida (en las que yo no creo) me sirva para que un día (con el tiempo) me tope sin saberlo con mi propio corazón, lo envuelva entre mis manos, lo coloque frente a mis ojos y lo desnude (con los dedos limpios). Descubra, entre sus frustaciones y sus miedos, entre sus pliegues, un desgarro que supura o una herida infectada desde hace mucho. Y entonces, sin saberlo, sin saber que tengo entre mis manos mi propio corazón (todos se parecen) lo repare con mis hilos invisibles, me lo acerque a los labios y lo bese. Y luego, agonizante y desorientado como un pez, lo devuelva enseguida a su sitio.
Tal vez, con el tiempo, desde mi atalaya, en uno de esos días luminosos, me acuerde de ese pobre corazón que reparé. Lo adivine, pequeñito y grácil, navegando bajo las profundidades del mar. Y entonces, tal vez, me lleve a los labios una taza de café, y sonría. Sonría y descubra que el océano, despiadado y enigmático, también tenía corazón.

11 comentarios:

Mar Cano Montil dijo...

Hubiera sido una verdadera pena que nos privaras de estas pequeñas delicatessen literarias que con tanto cariño e impecabilidad nos preparas...

Escribir está indisolublemente vinculado con el análisis y la reflexión, de unos mismo y de los demás...

Con dedos de cirujana inexperta ;), un día u otro, me tendré que meter en mi propio corazón; el de mis personajes, últimamente, sólo habla de opresión y fiasco con el sistema...

Bienvenida, Merce... Sabía que la luciérnaga volvería a brillar.

Ave Mundi Luminar dijo...

Una preciosidad de texto, se mire por donde se mire. Sin fisuras, sin grietas, sin heridas sangrantes y sin heridas infectadas desde hace mucho tiempo.

Este texto permanecerá profundo, limpio y delicado, como los hilos que servirán de sutura para coserlo al recuerdo.

Enhorabuena, otra perla de genialidad de la gran Mercedes.

Gracias mil por compartirla.

Natàlia Tàrraco dijo...

Delicadamente sutíl tu reflexión a corazón abierto.

Manos de cirujana, aplícate la operación y cura tu músculo, ese parecido pero nunca el mismo. Los que dan deben obtener, aquellas que ofrecen ternura deberían recolectar cariño. Lo mereces, palpitante observadora muy adentro.

Mar dijo...

Me encantó este texto. Gracias.

Ardilla Roja dijo...

ohhhh! que maravilla acabas de compartir, Mercedes Martín.

Con precisión de relojero, de cardióloga experta en este caso, has preparado un elixir asombroso. De esos (hay muy pocos) que se beben sin esfuerzo y te deja un regusto en el paladar que se recuerda toda la vida.

Mil gracias por dejarnos pasear por las nubes de nuevo.

Besos a tu bello corazón.

Paseo por las nubes dijo...

Muchas gracias querida Mar, querido Ave,querida Nátali, querida Mar y querida Ardilla.

Una preciosidad son vuestras palabras, yo tan solo me expreso y siento como puedo.

Mil besos para vosotros.

Manuel de Mágina dijo...

En la literatura (la grande, la académimca) no hay a veces contenedores (frascos, botellas, garrafas, sacos) a la medida de los frutos del espíritu que algunas personas dan. Entonces se suelen desechar porque no vienen a la medida de estos envases y, sin embargo, son frutos tan preciados, bocados tan exquisitos, que la memoria de su sabor perdurará siempre en la memoria de la pequeña literatura: la de la gente que rodea a esa persona.

Me emocionas.

Paseo por las nubes dijo...

Hola, Manuel.
Tú sí que me emocionas con esas palabras que me regalas. No hay contenedores, dices, y agacho la cabeza en señal de gratitud; y sigo volando (sin envases).

Marina dijo...

Sali de paseo y vine a caer en una nube. Algodonosa y reflexiva mi caida.Me encantó tu relato "wapa" Gracias por mostrarnos tu corazón.

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Estupendo texto que me ha emocionado: corazones lastimados que merecen ser cuidados y reparados...qué falta que nos hace!

Un abrazo.

Paseo por las nubes dijo...

Marina, Neo, unos cafeses y unos dulcecitos para recibiros.