jueves, 7 de julio de 2016

La felicidad es de color sandía

                                                                     
LO QUE SÉ DE TI

      No te lo he dicho; pero, en un descuido, bebí de tu copa y ahora conozco todos tus secretos. Sé, por ejemplo, que te gusta esperar a la luna en el balcón, cuando el cielo se acicala de rojo nostalgia y las montañas se destiñen entre borrones de nubes; y que escribes poesía para seducir a las chicas.
      También sé que adoras el cine, saltar en los charcos, merendar en el parque y
el helado de turrón. Que lees a Chéjov, y que todo lo sencillo te resulta sorprendente. Además, tienes una marca de almíbar al final de la espalda, y una constelación de pecas en el pecho. Ya ves, con un sorbo de tu copa, todo lo que he descubierto.
      Y ahora pienso: ¿cómo encontraré el camino a casa el día que me emborrache de ti?


MI ISLA

       Hace tiempo que me retiré a una isla (yo..., no mi cuerpo). Allí me encuentro a salvo de los tormentos de la memoria, de las afiladas esquinas del mundo, de los incontrolables torbellinos del amor. En mi isla, sobrevuelo la copa de los días y me repliego en los amaneceres de espuma. Las plantas crecen para mí y los pájaros nunca dejan de cantar.
       De vez en cuando, regreso a mi cuerpo, le limpio las ventanas y me bebo sus lágrimas. Lo zarandeo, le inyecto coraje en las venas, le desenredo la tristeza y le coloco la sonrisa en su sitio. Y él (mi cuerpo) se me queda mirando, con la vida en los bolsillos, sin saber qué hacer…
      Cualquier día lo envuelvo en un trozo de terciopelo rojo, lo cargo al hombro y me lo traigo a la isla.




MUÑECO CON CUERDAS

      Cuando nací, mi padre se puso muy contento y lo primero que dijo fue: «Hola, chaval». Yo quería contestarle, pero no me salían las palabras. Él me sopló por todas partes y me limpió los restos de serrín. Luego, me sentó en una mesa y me pintó los ojos, la nariz y una corbata muy chula. Como yo seguía sin moverme, pasó unos hilos finitos por mi cuerpo y tiró de ellos. Yo quería darle las gracias por lo guapo que me había puesto y todo eso, aunque seguía sin salirme la voz. Por la tarde vino un niño al taller y se prendó de mí, decía: quiero ese, quiero ese. Y mi padre me colocó en sus manitas para que me fuera con él y con su mamá. El caso es que desde entonces todo se ha vuelto oscuro.             Creo que estoy en un armario, o en un baúl, o en un cajón…
       No me gustan los niños, se encaprichan con las cosas y luego se olvidan de ti, como si fueras una marioneta.



TENGO UN AMIGO

     Tengo un amigo que me está enseñando a montar en bicicleta. Antes, yo lo había intentado muchas veces por mi cuenta, pero como siempre terminaba en el suelo, lo dejé. Él dice que no debo tener miedo, que las caídas forman parte del aprendizaje y que lo importante es no correr, mantener el equilibrio y no perder de vista el frente.
    Ayer, lo pasamos de fábula, porque como soy tan loco, intenté una maniobra por mi cuenta y casi me estampo contra el muro. Entonces, mi amigo me agarró del sillín y corrió conmigo: “eso es, eso es”, me decía, y yo sentí que me elevaba en el aire. Cuando se fue, estuve practicando un rato y me parecía que él seguía allí, a mi lado, alentándome a seguir y recordándome que puedo conseguir todo aquello que me proponga. Qué curioso, a veces pienso que los amigos son como los ángeles; pero mi amigo más.



HISTORIAS QUE NO PUEDO CONTAR

       La amiga de mi hermana ya no llora. Se construyó una balsa de olvido contra sus
temporales de lágrimas.
      Tiene (la amiga de mi hermana) una dolorosa obsesión por hablar de su tía y sus hermanos; esos a los que admira y odia al mismo tiempo. Los admira (a sus hermanos), porque le dan de comer, para que ella no se rompa las uñas, por ejemplo, colocando latas en los estantes de un supermercado. Y los odia, porque la condenaron a planchar sus camisas de fiesta, fregar sus orines de fiesta y recoger sus vómitos de fiesta (esos, de los que ella nunca disfrutó). De su tía, lo único que guarda es una herencia tan grotesca como ilustre: cincuenta paños de cocina bordados a mano y una cómoda antigua; con
manchas de óxido en el espejo. Por lo demás, la amiga de mi hermana es feliz. Feliz, cuando un desconocido la invita a una copa entre semana. Feliz, cuando la peluquera le tiñe las canas. Feliz, porque ya no se le rizan las entrañas con lo que pudo ser y no fue. Y feliz, porque hace tanto  tiempo que la plantaron en el altar, que el recuerdo se le enquistó, y ya no sabe si fue verdad o el añejo argumento de una novela gris.
       La amiga de mi hermana tiene las manos más bonitas que yo haya visto nunca; aunque ella no lo sepa.
      Los domingos, antes de salir al mundo, la amiga de mi hermana se pintorrea los recuerdos, se tira del escote y se santigua; a ver si consigue flotar entre las olas de asfalto. Y mi hermana, sin que se enteren ni su tía ni sus hermanos, la agarra del brazo, la endereza y le susurra al oído una frase de película: «¡Ánimo! Hoy no somos putas; hoy somos princesas».



A ESTE LADO DE LA NOCHE
 
      Me gustan los jueves, cuando las luces puntuales y dispersas nos envuelven en el porche, mientras me lees que (1) «la rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato y un bello dibujo con tiza...»
      La noche sigue ahí, prendida entre los árboles y más allá de nosotros no hay nada. Me sirves el vino y las estrellas. Y yo te desabrocho la camisa para besarte el corazón.
      De un tiempo a esta parte, en mi mundo, solo existen los jueves, tú y, desde luego Cortázar.

                                                               (1): «fragmento del libro de Cortázar “Rayuela”

                                                    

ANUNCIO (1)

      Se busca maniquí para escaparate, que no le importe exponer sus vergüenzas en público mientras el dependiente decide con qué ropa vestirlo. Que sea capaz de soportar el sol directo en el rostro, las burlas de los niños y la ignorancia de los transeúntes con prisa. Imprescindible no padecer claustrofobia ya que ha de pasar todo el invierno encerrado en un cuartucho sin luz y, con suerte, sin humedades.
     No se paga un céntimo. A cambio, cuando llegue el buen tiempo, estrenará ropa todas las semanas.



COSAS QUE ME GUSTARÍA HACER CONTIGO

1.- Dibujar con el dedo en los cristales.
2.- Comprarnos un sombrero y hacernos una foto.
3.- Lanzar monedas a la fuente y pedir deseos.
4.-Chasquear los dedos y que las cosas ocurran.
5.-Cruzar los pasos de cebra a la pata coja.
6.-Hacer pompas con el chicle.
7.- Abrir tu mano y encajar mis dedos.
8.-Escuchar música compartiendo auriculares.
9.-Jugar a poner caras delante del espejo.
10.-Despedir a los trenes en la estación.
11.- Pintarnos pecas en la nariz.
12.- Tumbarnos en la arena y despedir a las nubes.
13.- Compartir secretos al oído.
14.-Montar en moto.
15.- Desabrocharte la camisa y besarte el corazón.
16.- Y, sobre todo, viajar contigo a un país exótico sin nada de equipaje (ni en los hombros ni en la memoria).




ESPERARTE

     Esperarte, a sabiendas de que no vendrás, se ha convertido en mi pequeña aventura ingrata; no importa. Esperarte es buscarme en el espejo, dar cuerda al horizonte, perfumar relojes, elegir zapatos de tacón...; algo que, de otra forma, no haría. Vestida de ti, abrigo mis recuerdos entre los dedos y los protejo del frío: unas veces con guantes de terciopelo rojo; otras, con salivazos de espuma.

       Un día ―ya te lo aviso―, cansada de esperarte, romperé esta coraza silenciosa y mortecina que me separa de ti, y caminaré el mundo al otro lado: sin tacones, sin recuerdos, sin despojos ni heridas..., sin ti; pero viva.




LA CIGÜEÑA DECIDE

      De pequeña, yo pensaba que esto de nacer en un sitio o en otro tenía mucho que ver con lo espabilada o perezosa que fuera la cigüeña; y con las inclemencias del tiempo. Por ejemplo, si el día era luminoso, ella, la cigüeña, volaría contenta y distinguiría perfectamente aquellos hogares mulliditos donde dejar a un niño. Por el contrario, si hacía frío, llovía o nevaba lo soltaría en cualquier parte y se quitaba de en medio cuanto antes (las cigüeñas también se escaquean en su trabajo). De manera que, aterrizar en un lugar apropiado y crecer en buenas manos, parecía una cuestión de suerte...

       Recuerdo que una tarde, la directora del colegio donde yo estudiaba, entró en clase y le dijo a la maestra que me dejara salir antes, que mi tía me esperaba en la puerta para llevarme a conocer a mi hermano que acababa de nacer. Yo estaba nerviosa; quería saber cómo era, a quién se parecía, si era gordo, delgado, guapo…, si yo le gustaba.
       Antes de ir a casa, mi tía pasó por una tienda de ultramarinos y compró un bote de melocotón en almíbar, café para moler y carne de membrillo. Así supe que, si las cigüeñas se portaban bien y no se equivocaban en los pedidos, había que celebrarlo.
       Al final descubrí que mi hermano era muy feo, también era gordo y estaba muy rojo, pero yo le di muchos besos, y mamá me lo dejó un poquito en los brazos. Luego salí al patio y miré al cielo para ver si la cigüeña andaba por allí. Quería darle las gracias por haber cumplido tan bien con su trabajo y no dejar a mi hermano en cualquier sitio, donde hubiera muerto de frío, de hambre o por falta de cuidados.



LA VIDA DE LAS COSAS

Ganador del 2º Premio de relato “Onda Polígono” (Toledo, 2008)

      Recuerdo el día que llegamos a esta casa, hace ya unos meses. Nos colocaron sobre la alfombra, y allí pasamos la noche. Por la mañana, recorrimos el baño, la cocina y la terraza; donde estuvimos un ratito al sol. Ese día, conocimos al cartero, al repartidor de leche y el pisito del vecino de al lado; por cierto, vaya lujo de baldosas. Sin embargo, hoy estoy muy triste. He perdido a mi compañera. Salió disparada por la ventana en una noche de lujuria y desenfreno y no sé qué habrá sido de ella. Y, ahora, temo que se deshagan de mí, y lo comprendo: ¿para qué sirve una zapatilla solitaria del pie izquierdo?



YO ERA FELIZ...

       Estaba pensando, qué ocurriría si un día recibo un mensaje tuyo al correo electrónico, lo abro y me gusta tanto que decido guardarlo en mi carpeta. Y cuando voy a realizar esta ingenua y sencilla operación, veo que, de pronto, se me abre una imagen que ocupa toda la pantalla de mi ordenador. Y pienso: bueno, un despiste y le doy a “cerrar”. Y pongamos que ocurre que toco algún botón que no debiera y aparece otra imagen. ¡Joder! —me digo, sí que ando torpe hoy—. Y siguen ocurriendo cosas. Y voy y, sin querer, y ¡pumba!… ¿Qué diablos es esto?... A ver si se me ha
colado uno de esos troyanos...
     
         De pronto, como si mi cerebro, ante el revoltijo de piezas que no encajan, se remangara las neuronas y acabara dándole forma al puzzle, veo (mejor dicho, comprendo) —entre asombrada e incrédula—, que no sé cómo, pero me acabo de colar en tu PC. Así, como te lo cuento (arqueo de cejas con intermitencia). Estoy en tu ordenador y puedo ver todo lo que haces en cada momento. Oye, ese es mi correo. ¿Me estás escribiendo un mail? Qué ilusión... ¡ Huy!, ¿te has apuntado a ese sitio
donde buscan pareja?... ¿Y esa cabecera de blog?... ¿No me digas que tienes otro blog?... ¡Ostras, pedrín! Entonces ¿tú eres…? Anda, qué calladito lo tenías ¿eh? Vaya, vaya…, de lo que se entera una.
          A ver, a ver… ¿Qué más hay por aquí? (estoy hurgando en tus carpetas). ¡¡¡¡Ay!!! qué desengaño más grande, chateas con gente que ni conoces y eso que me decías que no te quedaba tiempo para hacerlo conmigo… "Hacerlo conmigo" eso suena muy íntimo ¿no?... Lo retiro.

             Joder, qué deprimente… Además, tienes guardadas fotos de mi amiga, la que decías que te caía tan mal. Qué desengaño, tío, preferiría no haber descubierto esta tecla ¿Para qué? Yo era tan feliz en mi ignorancia, sin acceder a las intimidades de nadie…



UN LATIDO EN EL TIEMPO

        El crío se desangraba junto al portal de aquel lujoso bloque de apartamentos. Alguien advirtió la placa de "médico" en uno de los porteros automáticos.
       ―Tenemos un herido aquí, en la acera ―comenta el extraño a través del aparato.
       ―¡He dicho que no estoy de servicio! Llévenlo al hospital.
      La ambulancia no tardó, pero la gravedad era extrema. Ninguno de los transeúntes que se acercaron a socorrerlo consiguió detener la hemorragia.

      Han pasado muchos años, pero aquel médico aún siente un latigazo en el corazón cuando escucha el sonido del portero automático. «Quizás sea él, con su gorra torcida, sus vaqueros caídos y sus pecas en la nariz, diciendo: ¡Papá, baja y me ayudas a subir la bici!».


El sueño de una noche de verano


     A mí esto de dormir la siesta es que me sienta fatal; claro, como no estoyn acostumbrada… Lo que ocurre es que hoy he trabajado de mañana y, después de comer, me he venido al dormitorio con mi portátil para escribir; que es lo que me gusta. De pronto, me acordé de que hoy había fiesta en la piscina. Nada, una vecina muy marchosa que es amiga de la presidenta y, cada dos por tres, le da por organizar comidas en el recinto de baño a las que todo el mundo está “invitado”: previo pago de 20 euros (ni que incluyera un brindis con Terrier Jouet)…

     En fin, a lo que iba. Que pensando en la vecina, la fiesta de verano, las cervecitas junto al agua y la gente: «¡Niño, salte del agua que luego te arrugas y no tengo ganas de plancha!», me he quedado dormida con el ordenador en las piernas y la cabeza colgando. Y he soñado que me colocaba mi bikini azul turquesa con ribetes amarillos, mi camiseta «made in: todo a un euro» y mis chanclas, que agarraba mi bolsa de flores, la toalla, la crema, las gafas de sol, el libro que estoy leyendo y las llaves del piso (siempre me sobra el libro porque nunca leo mientras tomo el sol), y me bajaba a la piscina. «¡Ay!, como se le ocurra a esa bruja decirme que no me puedo bañar por no haber pagado los 20 euros de la comilona, me la como a ella, vamos, que la piscina es para lo que es, y si quieren orgía culinaria, a mí no me molesta, pero que respeten a los que pasamos del tema...

       ¡Plas! ¡plas! ¡plas! (mis chanclas, que hacen un ruido muy de chanclas). Ascensor, sótano, puerta del jardín, caminito (entre campanillas azules, setos y las verjas de los dúplex) y al recinto de baño. Ea, aquí estoy —me digo—,sin mirar para ningún sitio porque no tengo ganas de discutir. Saco la toalla, la extiendo en el césped, me quito la camiseta, la doblo y la dejo sobre el bolso de baño. Me recompongo el bikini (tiro de una teta..., de la otra...); me deshago de las chanclas y extraigo un elástico que llevo en la muñeca, agacho la cabeza para que todo el pelo me caiga por delante y lo atrapo como si fuera un manojo de acelgas amarillas. Paso por la ducha y me voy a la piscina  -ya sé que no me puse crema, pero esto es un relato y aquí el sol no quema (salió un pareado).
       Al meterme en el agua, me encuentro a una mujer, de espaldas, pegada a las escaleras metálicas.
      ―Señora ¿me permite?
      La mujer se gira y veo que lleva una bandeja de dulces que pasea por la superficie como si fuera un barquito de papel.
      ―Oiga, que en la piscina no se puede meter comida ―le increpo—. Y ella me sonríe dejando al descubierto una hilera de palotes negros a modo de dientes. Doy un respingo, la miro perpleja y vuelvo corriendo a mi toalla. De pronto, descubro que toda la gente que hay en el recinto de baño viene hacia mí con platos de comida y sonrisas macabras.
     ―¡Socorro! ―Miro a un lado…, a otro…, busco algo con lo que defenderme y encuentro una sombrilla tirada en el césped. La agarro y me pongo a dar sombrillazos a diestro y siniestro. Y lo más curioso..., cada vez que alcanzo a alguien, desaparece.

        A la media hora, veo que me he quedado sola en la piscina. Y va, y se pone a llover. Me refugio entre los árboles y aparece la presidenta de la Mancomunidad que trae una olla gigante en la cabeza, mientras me grita: «¡Corre! ¡corre!, salva el pollo al curry».

      Me desperté de la siesta con un dolor de cuello y un desconcierto que la próxima vez duermo con los ojos abiertos para no ver lo que sueño.




La tecnología

       El chico del mostrador me regaló una sonrisa de cine y resolvió eficiente todo el papeleo que le entregué, manejando el ordenador con destreza. En los tiempos que corren, se agradecen estos detalles ágiles que nos proporciona la tecnología y sobre todo el calorcito en el trato humano, pensé...
«Que tenga un buen día», añadió cortés el empleado al despedirme, con un encanto tan arrebatador que tropecé con un cable que no sé de dónde salió y se desconectaron todos los aparatos eléctricos. Al intentar pedir disculpas, me encontré que el chico yacía sin vida desparramado sobre la mesa, como un globo desinflado e inútil.



Anuncios del alambre                            
   

                                               


1.-Se ofrece conductor de ambulancias para rescatar trenes de las vías muertas.
2.- Se cambian ojos de cuarto menguante por globos de gas.
3.-Se necesita plancha eficaz para los días arrugados.
4.-Se alquila desconchón en la pared.
5.-Se empeñan recuerdos caducados.
6.-Se vende colección de objetos inservibles.
7.-Se regala gato de porcelana muy tranquilo.
8.-Se esculpen sonrisas de andar por casa.
9.-Se vende reloj descompuesto para llegar tarde a los eventos aburridos.
10.-Se fabrican palabras positivas.
11.-Se venden espejos sin complejos.
12.-Se desmontan superhombres.
13.-Se traspasan ilusiones por no poder atenderlas.



Los grandes

   Leyendo un comentario de Juan José Millás en el que habla de esas entrevistas que hace a gente importante para luego confeccionar su columna en el periódico, me he parado a pensar en lo que él llama «Los grandes» (y que yo defino como: personas que están por encima de toda cocinilla de tasca con carteles luminosos y propaganda insufrible, donde se anuncian exquisitos platos y recetas mágicas que luego se quedan en un par de huevos fritos con la yema floja).

       El caso es que, Millás dice (y explica muy bien) que, de vez en cuando, en sus entrevistas, se encuentra con los grandes. Y comenta: «Además, tengo la experiencia de que los personajes realmente grandes jamás te ponen límites. Jamás te dicen: Esto no lo pongas, eso te lo dicen los pequeños. Los personajes realmente grandes, una vez que han aceptado que hagas tu trabajo, deciden que ése es tu trabajo y que si te equivocas es tu problema, no el suyo. Dan por supuesto que tú eres tan bueno en tu trabajo como ellos en el suyo».

       Con respecto a esto, tengo que añadir que conozco a muchos personajes grandes. Personas que no ostentan cargos importantes ni salen en la prensa o el telediario. Son personas de a pie -normalitas y anónimas-, a las que yo admiro profundamente. Las admiro porque me puedo comunicar con ellas siendo yo misma (con mis fallos y mis aciertos). Personas que jamás se sienten ofendidas si me equivoco ni se escudan en mis errores para creerse perfectos. Si les pido ayuda, me atienden con humildad y nunca se dan otra importancia que la necesaria para su trabajo.
       Yo no escribo tan bien como Millás (qué más quisiera), pero sí que pienso como él. Además, siendo Millás un personaje tan grande o más que aquellos a los que entrevista, me gusta que todavía sea capaz de reflexionar sobre estos detalles, ya que, como dice la frase:«Las mejores aguas siempre discurren de forma subterránea».

     Aprovecho para dar las gracias a todas esas personas grandes que, de forma humilde, sencilla, original y mágica me alientan en el camino y me ayudan a volar.



Las personas “chupaluz”

       Por lo general, la mayoría de personas que consideramos grises se manejan bien en su oscuridad y no necesitan apropiarse de la luz de nadie. En cambio, tenemos otro tipo de gente chupaenergías que sólo brillan apagando a otros. ¿Conoces a alguien así?...
      Recuerdo a una de estas “lámparas sin aceite”, porque me dejaba seca cada vez que nos veíamos. Odiaba, por ejemplo, que,mientras le hablaba, me colocara bien el cuello de la camisa o me despojara de alguna pelusa adherida a mi ropa; me fastidiaba que me corrigiera la forma de sentarme o de tomarme el café; que nunca me diera la razón y, sobre todo, no podía soportar que utilizara conmigo sentencias de palabras cerradas que merman la autoestima. Tales como: «Tú siempre andas perdida» «Nunca aprenderás» «A ti no hay quien te entienda»..., y cosas así.

      Esta gente es muy habilidosa a la hora de apagar a otros. Su estrategia consiste en recalcar todo lo que haces mal (eso sí, con la mejor de sus sonrisas). Cuestionan lo que dices, tu forma de vestir, de pensar, de actuar...; te hacen sentir distinto, raro; algo así como si fueras zurdo, pero de las dos manos.
      La energía también se pierde por otros motivos, claro: por ejemplo, cuando no consigues desprenderte de un asunto que te afecta; cuando te comes el coco por algo que no merece la pena; cuando te exiges demasiado, o cuando piensas que le quitas algo a tu familia por disfrutar de lo que te gusta… Las personas normales perdemos energía casi a diario, aunque solemos recuperarla enseguida, ya que la energía está ahí, a nuestra disposición, y de forma gratuita. Se obtiene energía con un bañito de espuma, escuchando música, contemplando una puesta de sol, paseando entre los árboles, meditando, cultivando flores, leyendo, disfrutando de una velada con los amigos,… (y todos los gerundios que te hagan sentir bien). Y tú dirás ¿por qué entonces la gente viene y te la quita? Muy fácil… También se obtiene dinero trabajando y algunos prefieren robarlo. Además, estos seres chupaluz no son capaces de disfrutar de ese abanico de posibilidades entre las que fluye energía sana y gratuita al alcance de todos.


    ¡¡Qué  lío!!

     Dice mi amiga que todo lo malo que vemos en los demás es algo que nosotros llevamos dentro; y me ha pasado un vídeo sobre física cuántica y la teoría del espejo. Me he traído un vaso de gazpacho y unas palomitas a ver si soy capaz de digerir esto, porque la mezcla tiene tarea...
     Aquí dice que los demás son nuestros espejos (se me viene a la cabeza la niña del exorcista). Y digo yo..., ¿Entonces, lo que veo en la Angelina Jolie es que lo yo llevo dentro? Joder, pues, a ver si consigo sacarlo, aunque sea por la costura de la operación de apendicitis. ¿Ves?..., ya me he planchado. Ahora me parece que soy un churro. Y si soy un churro tendré que aguantarme ¿no?. Uff, con lo tiesa que yo iba por el mundo... Bueno, tampoco estoy tan mal. ¿Tú que dices?...

      A veces pienso que no hay nadie ahí. Y si no hay nadie, ¿para qué me preocupo? A lo mejor todo es mentira, como Matrix». Ahora sí que me estoy rayando. ¡Anda, ya! ¿eso cómo va a ser? Si los demás no existen ¿cómo escucho a mi vecina arrastrar los muebles todas las noches? ¡Mierda de tía! Lo ves, ya estoy filosofando, que es lo mismo que comerse el coco, pero más culto. De los chupaluces del escrito anterior, me he pasado a los presocráticos, y ya mismo me veo charlando con Platón. o con Descartes: «Pienso, luego existo» Y como existo, me voy a comer unos caracoles gordos, a ver qué pasa. ¡¡Qué lío!!



I am your shadow

      Yo soy tu sombra, el silencio imprevisible que te acompaña cuando ríes y, sobre todo, cuando lloras. Tú eres tú, tanto si aciertas como si fallas; errar es parte de ti, es parte del camino.
    Yo soy tu lecho, tu murmullo de plumas nuevas, el lugar al que puedes regresar sin dar explicaciones. Llora, llora tus heridas y deja que ese llanto salpique las paredes de tu alma, donde las pequeñas gotas de sal aniden sin miedo ni orgullo. No me busques, no me llames, no sientas mi ausencia... Voy contigo, de la mano (como a ti te gusta).
     ¿Recogieron tus labios todos los besos de espuma que te dejé?... Hay más… Y debes saber que rasgaré cualquier velo que se interponga entre nosotros, y usaré todo lo que necesite para acercarme a ti; de eso no tengas duda. Lo único que te pido es paciencia; todavía me cuesta acostumbrarme a lo efímero y cambiante del mundo en el que habitas.



Corazón de asfalto

      Mi tío nos contó que un día, cuando iba para el trabajo, se le paró el corazón. Lo sacó del pecho, lo colocó en la acera y dijo: «Oye, no puedes hacerme esto». Su corazón ni se inmutó. Mi tío consultó su reloj y dedujo que llegaba tarde a la oficina. «Está bien, en cuanto pasen los barrenderos te echarán al cubo y no volveremos a vernos». Pero nada, el corazón ni se movió. El corazón de mi tío siempre fue muy testarudo. Por eso, cuando murió la abuela, él ni siquiera lloró.

      Aquel día, al ver que su corazón no reaccionaba, mi tío gritó: «¡Vamos, levántate y anda». Pero como él no era Dios, ni tenía poderes, lo único que consiguió fue que un vecino sacara la cabeza por la ventana y le recriminara tanto alboroto. «Qué asco de vida», masculló mi tío. Agarró su maletín y se fue al trabajo.

     Desde entonces, mi tío Rogelio anda por ahí sin corazón. Me ha dicho un amigo que no me preocupe, que hay mucha gente así, y que todo es por la vida tan ajetreada que llevamos, donde cada vez nos parecemos más a los zombis.



En mi casa vive gente

          He descubierto algo: en mi casa vive gente.
      Ya lo venía sospechando, porque dejo vacío el cubo de la ropa sucia y cuando vuelvo me lo encuentro hasta arriba. El caso es que hoy las pruebas han sido evidentes.
       Estuve en el ´súper´ y añadí un hojaldre al carro de la compra. Llego, lo coloco todo en su sitio, y el caprichito de dulce en uno de los muebles de la cocina. La casa, como siempre, sumida en un gran silencio. Atravieso el pasillo de puertas cerradas, detrás de las cuales sospecho que vive gente a la que nunca veo. Antes de comer, me di un baño, me tumbé en la cama y me puse a leer; suelo hacerlo a estas horas, pues trabajo de tarde.
      Cuando abrí los ojos, el libro me tapaba la cara y había soñado con una cesta llena de calcetines que bailaban un tango. ¡Huy!, llego tarde… Me incorporé, me vestí y deduje que ya no me da tiempo a almorzar. Entonces recordé mi caprichito de viernes. Miré en la cocina y el dulce no estaba. ¿Cómo es eso…? Juraría que lo dejé aquí (pasee mis dedos por el estante). Lo busqué en la despensa, en el lavavajillas, en el poyete de la ventana, en los cajones... Nada; se había evaporado como un charco en el desierto...

      Destapé el cubo de basura y, voi-là, el envoltorio, todo arrugadito y vacío, sin el menor rastro de hojaldre. Además, y para colmo, encontré una nota en la nevera:
"Plancha el pantalón azul marino Compra tinta para la impresora Trae coca-cola…".

     Bueno, ya sí que no hay duda: en mi casa vive gente. En fin, que se me ha ocurrido dejar velitas y dulces por los rincones; total, si tengo inquilinos en casa, al menos que se sientan a gusto.




Carta de Dulcinea a don Quijote
(Ganadora del Primer Premio de Escuela de Escritores “Alonso Quijano”, Alcazar de San Juan, Ciudad Real, 2007)

    El Toboso, 12 de junio de 1606

     Mi querido y "casto" Don Quijote:
     Es grata la gentileza de vuesa merced al bautizarme con aquesta "Dulzura" y concederme la eternidad como dueña y señora de vuesos sospiros.
      De mí dijisteis que cualquier rayo que del sol de mi belleza llegare a vos, alumbraría vuestro entendimiento y fortalecería vuestro corazón, de modo que quedara único y sin igual en la discreción y en la valentía.
    También dijisteis que tengo fama de hermosa, y que ninguna cosa desta vida hace más valientes a los caballeros andantes que verse favorecidos de sus damas.
     Pues bien, mi emboscado caballero, destas y otras andanzas que turbaron vuestra cabeza hasta convertiros en leyenda, sólo me llegaron palabras ilustradas que no soltaron caldo ni sustancia a la que arrimar mis labios y pujar la panza, ni otra pretensión por vuestra parte que la de utilizarme como escapulario en el pecho mientras yo me batía indefensa contra las verdaderas aspas de aquestos infiernos de los que nunca vinisteis a rescatarme.
   
      Vivisteis embaucado en el atino de codiciadas glorias y en la resuelta de otras damas, menos pacientes y más astutas que yo en la demanda de favores, como la llamada Dorotea a la que disteis en su momento cumplida cortesía y concedisteis audiencia, remediando sus males y desdichas mientras os negabais a visitarme con palabrerías y excusas tales como el no haber fecho fazañas dignas de mi gracia.
       Por vos aprendí a leer y escribir, a fin de apreciar de vuestro puño y letra palabras que acariciaran mi corazón y refinaran mi entendimiento.
      Por vos, seguí una dieta de adelgazamiento consistente en no probar bocado alguno hasta recibir noticias de vuesa merced, que de no ser porque caí en razón de que el resplandor de los caminos os cegaría la frente, me habría quedado más seca que el esparto. Y, por vos, cumplieron mis ojos con los amaneceres de cada día esperandovuesa visita hasta caer rendidos en la noche escura de la distancia.

      Agora a este punto me ha venido a la memoria que a mí tampoco me importa el verme puesta en libros y andar por este mundo de mano en mano, ni que digan de mí todo lo que quisieren, al confesaros en esta carta que mi pretensión iba más allá de haber compartido con vos unas páginas de épica insufrible que me llevará a la tumba con la pureza intacta.

 Perdonad si me tomo la licencia
de abusar de mi orgullo despechado
en olvido de hazañas que han costado
de vuestro enfrento incluso la demencia.
Pues en esto tenéis mi reverencia
y aqueste corazón hipnotizado
que no por atropello descuidado
me olvido de cumplida diligencia.
Aquí os remito, noble caballero,
la letra de mis noches malvenidas,
y soneto rimado y bien cumplido.
Que por vos embauqué en gastar dinero
refinando mis carencias desmedidas
con letrados remedios sin sentido.

        Agradecida de haberos convertido en el más casto engaño de los caballeros andantes,
se despide de vuestro injusto silencio.
       Nunca vuestra,
       Aldonza Lorenzo.




La vida con soltura

         Para llevar la vida con soltura lo primero que hace falta es soltarla; nada de arrastrarla ni colgártela de mochila. La vida, como mucho, se lleva de la mano, para que no pese.
          Una vez que has conseguido esta proeza, todo se vuelve más claro, más brillante, menos denso. Se te endereza la espalda y la visión se torna panorámica. ¡Ohhhhhh! (exclamación que no debe faltar en nuestra recién estrenada manera de acompañar la vida).
          Yo le llamo “visión panorámica de la vida” a convertirlo todo en un cuadro, una pintura, un bonito lienzo, sin reparar en brochazos ni manchurrones cotidianos. Con una visión panorámica de la vida, además, ni siquiera se aprecian los desconchones que pudieran dejarte, por ejemplo, los vecinos (sin querer, claro).
        Soltar la vida rejuvenece, ya que a la vida le gusta charlar contigo, desenredarte la memoria, soplarte en los ojos y sorprenderte. Pero, claro, si la llevamos a cuestas, lo único que hace la vida es aburrirse, roncar y aplastarnos la sonrisa.

         Desde que va suelta, he descubierto que, a la vida le gustan mucho mis recados. Por eso, acabo de mandarla a por flores.




¿Quieres la corona?

       Es seis de enero (los números del uno al nueve van con letra). Me he despertado a las ocho. En la cocina encuentro una caja que dice: “Roscón de Reyes”. Bueno, los dulces sí que me gustan y no suelo mirar quién los coloca a mi alcance. Abro la caja y extraigo un cartelito pequeño, de cartulina.         Leo: “FELIZ ROSCÓN DE REYES”.

      Sigo leyendo:
     “He aquí el Roscón de Reyes tradicional de un banquete en el cual hay dos sorpresas para los que tengan suerte. En él hay, muy bien ocultas, una haba y una figura; el que lo vaya a cortar hágalo sin travesura. Quien en la boca se encuentre una cosa un tanto dura, a lo peor es el haba o a la mejor la figura. Si es el haba lo encontrado, este postre pagarás, mas si ello es la figura, coronado y Rey serás.”

     Vaya tontería…(pienso). Claro que, el roscón está de muerte (me he cortado un trozo). Aggggg ¿Qué es esto?...
      Le quito la nata y enjuago la bolsita. En su interior encuentro un coche de carreras en miniatura (qué cursilada). Lo dejo junto al fregadero. En la caja también viene una corona dorada; es de cartón (de cartón, cartón, como los malos cuentos). Me la he puesto en la cabeza, sólo para reírme: nadie se convierte en rey o reina por llevar corona (y menos de cartón). He apurado el café con leche, y ahí dejé el dulce; con su haba dentro. Cuando se levante la familia, eso es lo que queda, la haba.

    La verdad es que el día de reyes no tiene ningún aliciente para mí. Se me cayeron los castillos cuando descubrí que no existían, por eso, me he pasado a Papá Nöel, mucho menos mágico, pero más sincero. Además, te trae los regalos antes; y vienen con nombre. Por ejemplo: “de… José Manuel, para… mamá”.

     Bueno, me quedo con el bólido de carreras, es muy simpático. A media mañana, se habrán comido el roscón y ya no quedará ni rastro del día de reyes.Y digo yo, con la corona de cartón ¿qué hago?...



Pellizquitos de felicidad

      Ya es el tercer agujero que abre. No sé lo que busca, pero lleva toda la mañana cavando alrededor de la piscina. El jardinero de mi urbanización es un señor muy eficiente, mantiene los setos podados, el césped a rás, el agua de la piscina impoluta... y el caminito de piedras recortadas le ha quedado del diez; como diría mi cuñada.
      En fin, que no comprendo el motivo por el que hoy su actividad se centra en abrir boquetes, tumbarse en la hierba y mirar dentro. Luego va y los cierra, se limpia la frente con un pañuelo y vuelve a cavar en otra parte. Y es que, mi vecina le dijo al jardinero que, después de limpiar la casa y cuidar de su marido enfermo, le gusta bajar a la piscina un ratito, tumbarse al sol y disfrutar del momento; porque ahí, en el césped, siempre encuentra pellizquitos de eso que la gente llama felicidad.



Esto es para ti

        A veces, te parecerá que nadie piensa en ti; que la vida se convierte en un inmenso bosque que atraviesas en soledad, y que todos tus logros y esfuerzos pasan desapercibidos.
        Pensarás que no es justo que tengas tanta faena acumulada y no haya quien te eche una mano; que ya podrían cuidarte un poco más y acordarse, por ejemplo, de felicitarte por tu talante, por tu buena disposición.
     A veces, sentirás que todo es una mierda, que tu jefe no te mima lo suficiente, que tus compañeros no te entienden, que tu familia te ignora. Que la gente va a su bola y que ya basta de volcarte en los demás para nada.
        Pues bien, cuando el mundo se te rompa, piensa que las cosas se hacen por satisfacción personal y que nada te es imprescindible para ser feliz. Que tus sentimientos los crean tus pensamientos, y que, quizás, sin tú saberlo, haya alguien que te admira en la distancia, se enorgullece de ti, de tu avance, de tu forma de ser… Alguien que te observa cada día y para quien tú eres una bombillita en su oscuridad.
        Hoy, ese alguien que te admira y te recuerda, me dejó esto para ti.

                                                                         




Pequeñas debilidades

       Siento debilidad por ciertas cosas (como todo el mundo). Reconozco que esta carencia de energía o vigor en las resoluciones del ánimo, nos convierte en vulnerables. Pero es que a mí, de vez en cuando, me encanta desprenderme de esa coraza social que nos impone un mundo cada vez más competitivo y acercarme a la natural esencia del Ser.
       Emocionarse es disfrutar de una fragilidad momentánea; dejar que se nos cuele dentro el duende de las pequeñas cosas a través del arte, la música, los niños, la belleza… Por lo general, consentir que se te escape el alma por los ojos mientras escuchas una canción, te acuerdas de alguien o contemplas una fotografía, parece que no está bien visto: ya que la emoción —aunque de forma errónea— se asocia a las personas débiles. Es por eso que estos momentos de dolorosa plenitud solemos disfrutarlos a solas; y, desde luego, nada de contarlo.
      En aras de romper con los estereotipos que modelan y acartonan nuestra vida, os muestro algunos de mis puntos débiles; esos que me desbordan los ojos y me conectan con mi fondo cristalino y azul.
      Aquí van:
     «Me gusta el saxo (con “a”) y el sexo (con “e”), los silencios compartidos, los ojos atentos»…
    «Valoro la creatividad, la paciencia, las palabras a tiempo»…
    «Me conmueve la tristeza, la soledad y el desencanto»…
   «Siempre lloro con los finales felices. Y, si pudiera, sería el guardián entre el centeno»...



Mi mundo en un cable

       Es por ti que cada noche, mis dedos, cansados de pintorrear palabras huecas, se colocan sus anillos de zafiro en la oscuridad. Y en medio de un destello mágico, sin violines ni testigos, danzan sobre las teclas que me acercan a ti. No sé quién inventó este mundo cableado a miles de kilómetros de ausencia, donde los sueños, como único equipaje, viajan escondidos entre las letras y vuelven cargados de un perfume etéreo que flota invisible a mi alrededor.
      Tengo miedo. Miedo a que nos falle este chisme, a que me mientas, a que tus ojos cambien de color y yo no pueda verlos. Tengo miedo al silencio, al diablo cibernético, a las meigas que se enredan entre los fusibles de nuestra historia. Tengo miedo a perderte; miedo a que un día se nos vaya la luz y yo no sepa dónde buscarte.




Tareas pendientes

Buscarte entre el humo de las cafeteras y el tintineo de las cucharillas del bar.
Pedirte besos en la portada de “El Cultural”.
Dejarte versos en los anuncios por palabras.
Coser la distancia que nos separa.
Disfrazarme de YO.
Ducharme bajo tu risa.
Esperar en el balcón a que vuelvan las golondrinas de Bécquer.
Convertir la ausencia en presencia.
Aplicar pomada indiferente en los silencios que escuecen.
Preparar la maleta de los sueños.
Mejorar mi ortografía de caricias.
Reducir el consumo de suspiros y aumentar la frecuencia de encuentros.
Romper tus cartas sin dañarlas.
Conservar tu imagen en la papelera.
Tatuarme presentes con futuro.
Morder la caperuza del boli hasta encontrar la vida en las palabras.




Y tenía corazón

       A menudo, como un pasatiempo, tomo a una persona al azar, le saco el corazón y lo analizo. Lo aíslo de su entorno, lo envuelvo en mis manos, lo coloco frente a mis ojos y lo desnudo; lo desnudo con los dedos limpios, sin invadir su intimidad. Busco roturas, huellas, cicatrices que me hablen de su pasado, de sus tropiezos, del amargor solitario en su latir…. A veces, me topo con sus miedos solapados entre pespuntes arrogantes y brillos deshilachados. Y es cuando comprendo las grietas subterráneas de una fachada impecable.
      Entonces, con cuidado, me acerco el corazón a los labios y lo beso: “No sufras, no es contigo con quien se ceba el mundo, es con ese destartalado cuerpo tuyo que no sabe protegerte”. Luego, deposito el corazón en una bandeja de plata y lo reparo con mis hilos invisibles, antes de devolverlo a su hábitat.
      Quizá, ésta, mi faceta de cirujana novata, me sirva para que, un día, sin saberlo, me tope con mi propio corazón (todos se parecen), lo envuelva entre mis manos, lo coloque frente a mis ojos y lo desnude; lo desnude con los dedos limpios. Y, quizás, entre sus frustraciones y sus miedos, entre sus miserias, encuentre una herida de tiempo. Y entonces, lo repare con mis hilos invisibles, me lo acerque a los labios y lo bese. Y luego, como un pez, agonizante y desorientado, lo devuelva a mi pecho, sonria y descubra que yo también tenía corazón.




El eclipse

      La cocina echa humo y vapores (el almuerzo de mañana que cuece y recuece). Todavía no he recogido los trapos del tendedero y necesito ducharme. Paso por el espejo del comedor: «¡vaya pelos!» Claro, como ha llovido y acabo de llegar del súper. «¡Mierda! Se me olvidó llamar al dentista»…
     ―¿Podéis bajar la tele que no puedo pensar? Y que alguien coja el teléfono ¡Por favorrr!
     ―Mamá, tu jefe.
     «Vaya. Seguro que me toca ampliar turno; esta Rosa siempre con sus alergias»...
     Me voy al teléfono con mi delantal de terciopelo (mentira, es de plástico y está roto).
     —¿Sí…? Vale, vale… No se preocupe… No, no, si, total, mañana no tenía nada que hacer (me crece la nariz por momentos). Venga, ya tomaré mi descanso otro día… De nada, don Matias (de los cojones).

      Bueno, pues me voy a la ducha, que ya es hora: Tiroriro-rí- tiroriro- rá.

    Hola, ya estoy contigo (me digo). Mira, traigo una copita de Cava y unas bolitas de perfume. Oye… ¡pero qué buenorra estás! (me digo), con todo a flote y en su sitio. ¿Mañana…? Sí, hija, me han fastidiado el día. Pero, ahora, a disfrutar del momento y a bucear en la bañera, reina (me digo).

      —¡Mamáááááááá! Que se pega la tortilla.
     Salgo envuelta en la toalla, dejando un rastro de jabón en el pasillo:
     ―Pero, vamos a ver, que se pega, que se pega... ¿Yo qué soy, el juez de Paz?
     Mi hijo me mira como si hubiera visto una gamba con flecos. Apago la comida, me vuelvo al baño y termino de ducharme. Secador de pelo, mascarilla de pestañas, pintura de labios… Un poquito de pachulí detrás de las orejas…, en las muñecas… Unas gotitas aquí (por si las moscas), otras allí (por si más moscas) y listo. Me enfundo mi traje y atravieso el pasillo.Tiro de una teta..., luego de la otra.. Así, así, que abulten.
       Llego al salón.... Todos cenan y miran las noticias sin parpadear:
      —Paso, paso… que tengo prisa ―les digo.
      Ahora me miran con ojos de globo.
     —¿A dónde vas, mamá? ―pregunta mi hijo.
     —A la terraza, que tengo un eclipse y no me acuerdo a qué hora hemos quedado.




Hoy toca limpieza

       Hoy toca limpieza. Se me acumulan telarañas en el alma, aunque ya no pienso en ti.
      Llegué a este mundo sin tu arrogancia, sin tu altivez, sin tus ganas de revolverme la vida de forma gratuita, y quiero continuar ligera de equipaje. Mi mundo avanza y cuidaré de él. Encontré la forma de pintar mis días sin esperarte y me compré unos zapatos de cristal muy bonitos. Yo soy la princesa de mi cuento y no te necesito para reinar. Las mariposas revolotean en mi ventana, el sol calienta mi almohada y tengo un horizonte de azahar para mí.

      Si pudiera, devolvería a mis ojos todas las lágrimas que derramé por ti; los suspiros que me robaste; las palabras de amor que te regalé… Ya no me duele tu silencio, al contrario, refuerza mi teoría sobre la importancia de prescindir de lo vacío.

       Quiero que mi vida suene a cascabeles y sé dónde encontrarlos.
      Te puedes quedar con mis noches en vela pensando en ti, con las veces que me ignoraste, con las palabras que no llegaron a tiempo, con los dulces que engordan, con tus flores de plástico. Voy a limpiar la casa y desinfectar mi alma; si te has dejado algo por aquí, será mejor que lo busques en la basura.




Telediario de buenas noticias

       Después del temporal de lluvia que azotó la península en los últimos días, hoy hemos sabido que, a eso de las 11.30 de la noche, una mantita de lana que llevaba varios días tendida en la terraza, por fin, terminó de secarse.
Fuentes fidedignas nos han confirmado que alguien dormirá calentito esta noche.

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      La pasada madrugada, dos gatitos que andaban siempre de pelea, por fin han firmado un acuerdo en el que se comprometen a merodear por la urbanización haciendo una labor conjunta de búsqueda de roedores. Por ello, el presidente de la Mancomunidad está realizando una colecta para habilitar un lugar donde puedan tratar sus asuntos en privado.

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        A eso de las diez de la mañana, una fotocopiadora escupió por fin el folio que tenía atascado hace unos días. Parece ser que el papel se distrajo y una de sus esquinas quedó atrapada en el rodillo, arrastrando la totalidad del documento. De no ser por la paciencia y destreza del oficinista de turno, el informe se habría destruido por completo.
        Ahora solo queda dejar reposar el papel, a ver si se le va el susto a las palabras.

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       Una farola que llevaba varios días apagada por culpa de unos gamberros que se ensañaron con ella, ha vuelto a iluminar la parte de calzada que le corresponde. La citada farola había quedado tan deteriorada que los operarios del ayuntamiento estuvieron a punto de sustituirla por otra. Por suerte, los desperfectos resultaron menos graves de lo que se preveía y todo ha quedado en un susto eléctrico.




El viaje

      Tengo miedo. Está oscuro ahí abajo. Me deshago a través del agujero y discurro entre paredes muertas. La turbulencia me arrastra penetrando en mi nueva fluidez. Dejo atrás un laberinto de ciénagas y espuma putrefacta que sepultan la bondad de mi esencia. Y aparezco al otro lado, en un paisaje de burbujas y azules. El rumor de las olas me cobija y descubro que en sus brazos ya nunca seré el mismo.

      No sé cómo he llegado hasta aquí. Yo, un simple y vulnerable cubito de hielo que alguien dejó en el fregadero.




Tareas cotidianas

1.-Revolver en el baúl de las sonrisas para elegir las mejores.
2.-Coser los agujeros por donde se escapa la alegría.
3.- Tirar al pozo la bandeja de promesas caducadas.
4.-Fabricar caminitos de mermelada para las hormigas.
5.-Hacer nudos con las mariposas que no quieren separarse.
6.-Colgar cascabeles en las cortinas del horizonte.
7.-Ventilar los armarios del pasado.
8.-Tender el sol en las ventanas.
9.-Desenredar la madeja de los sueños.
10.-Depilarte los malos pensamientos.
11.-Seguir el rastro de las gotas de lluvia en los cristales.
12.-Desprendernos de las piedras que rompen los bolsillos.
13.-Guardar besos en las cajas de bombones.
14.-Barrer las sombras.
15.- Escurrir la envidia.
16.-Recortar las esquinas de las calles sin salida.
17.-Mirar las nubes desde abajo.
18.-Cepillar las alfombras de la duda.
19.- Limpiar las heridas con salivilla.
20.-Mojar los días nublados en el café.




Como los patos

        Acabo de ver una pareja de patos en la piscina de mi urbanización. Está lloviendo, pero a ellos les da lo mismo (son patos). Sé quién es él y quién es ella, por la forma de moverse en el agua. Ella va..., y viene..., con ese aire delicado y altivo que la hace imprescindible a los ojos de su pato. Él la mira extasiada desde su rincón de placidez, introduce la cabeza en el agua y sacude las alas. Ahora la busca..., como si comprendiera que debe hacerlo. Habrán venido volando a su rinconcito privado en los días de lluvia.

       Cómo me gustaría que una mañana el mundo se hiciera lago en alguna parte. Un lago secreto y olvidado donde nadie nos encuentre. Nadar contigo sin memoria, bajo la lluvia, como los patos.



La pregunta indiscreta

      He salido de compras. En mitad de la calle, me encuentro a un personaje de lo más pintoresco: ¡¡un extraterrestre!! Lleva un agujero ocular en la frente, una maleta pegada al cuerpo y unas antenas que menea el vientecillo a su antojo.
     —Perdone —me dice—, acabo de aterrizar y me gustaría saber cómo pasar desapercibido por estos lares.
        ¡Glubs! Me quedo sin habla.. . Miro a la derecha…, a la izquierda…, arriba, abajo... Ni rastro de cámara oculta. Pongo cara de´nomegustanlasacelgas´ y me trago el bolo de saliva que se acumula en la boca Y ahora ¿qué le digo yo a este?…
     —Mire usted, extraterrestre, lo primero es comprarse un móvil, con fundita chula, musiquita cursi y Whatsap para deleitarse con los que están lejos e ignorando a los que están cerca... Otro detalle importante a la hora de pasar desapercibido es hablar fuerte en todas partes, como si la gente fuera sorda. Que sí, que sí, que a los que hablan bajito los ningunean. Ah, y déjese arrastrar por los reclamos publicitarios: compre, compre, compre... Guarde cola en los bancos sin rechistar (aunque haya cinco ventanillas cerradas y el único que atiende al público parezca un zombi estreñido).
         Tampoco se queje cuando pise una mierda de perro (las hay por todas partes). Leer el periódico en el bar, quejarse de la situación económica y hacer la vista gorda si el camarero le prepara la tostada con la misma mano con la que toca el dinero, es otra buena forma de pasar desapercibido. Además, si algo no comprende, le molesta o le parece injusto le puede echar la culpa a la crisis; si se le atranca el váter, también. Con la gente: finja, finja y finja. Hágase el simpático, salude, sonría…, y luego olvídese; a ellos tampoco le importa usted un pimiento. Ah, y si ha venido solo, no se le ocurra ponerse enfermo, que nadie le va a cuidar; dicen los de la “Ley de Dependencia” que no hay un céntimo.

        No sé si me expliqué muy rápido o el extraterrestre no me entendió, porque cuando regresé, todavía estaba allí, como el dinosaurio de Monterroso (1)

(1)El relato más corto que se conoce es de Augusto Monterroso y dice así: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»




El escaparate

     La semana pasada, descubrí un vestido monísimo tras el cristal de una prestigiosa tienda de modas. Ése, ése es el traje que a mí me sentaría como un guante. ¡Guauuuuu! Azul cobalto, largo, sin mangas, vaporoso y elegante, con una chorrera desde el escote hasta abajo que te hace desmayar. Una monería que lucir en la comida de empresa o para deslumbrar en las fiestas. El precio no es problema, me privo de otras tonterías y listo.

      Hoy, mi amiga me ha propuesto ir al cine; sus recomendaciones me gustan, siempre acierta con las mejores películas: “El jardinero fiel”. ¡Tremendo lo que ocurre en África!, con la corrupción de las multinacionales farmacéuticas que usan a los más desfavorecidos para ensayos con sus productos.

      Al salir, mi amiga y yo nos hemos despedido en la puerta y he bajado la calle solitaria y fría con la memoria ocupada en las imágenes y el contenido del film. Al llegar al escaparate del traje de mis sueños: largo, vaporoso, elegante..., no he podido por menos
que sacarme el chicle de la boca y pegarlo en el cristal, sobre el lujo y el derroche de
Occidente.
* * *
(“La película denuncia la acción de una empresa farmaceútica que consigue exagerados beneficios a costa de la vida de muchas personas cuya voz resulta inaudible para el resto del mundo).

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