Una vez, al descorrer las cortinas de la habitación del hotel, se veía el mar. Y me abracé a ti para contemplarlo juntos.
Una vez, encontramos un sendero, un arroyo y un refugio. El sendero estaba plagado de musgo, enredaderas y un pájaro diminuto y travieso que rompía el silencio del bosque (el arroyo y el refugio me lo enseñaste tú, de la mano, como a mí me gusta).
Una vez, cenamos en un parque. Nos sentamos en un banco y nos comimos un bocadillo que nos supo a gloria; porque la gloria está donde las miradas se pierden y se encuentran en la copa de los árboles.
Una vez, descapotamos el coche para traernos todos los aromas del Norte y recordar nuestras vacaciones con los ojos cerrados; como ahora, cuando te escribo todo eso que vivimos una vez como si fuera eterno.
Una vez, Crecí contigo y el mundo se me volvió tan nuevo que lo he guardado debajo de la almohada para que nada lo perturbe, para que siga oliendo a musgo, a pájaros, a refugio y a bocata de salchichón en el parque.
2 comentarios:
No hay nada como el cofre de los recuerdos de vez en cuando se abra y nos transporte a esos momentos vividos tan intensamente y a esos aromas a vida serena.
Besos de gofio.
Eso es, Gloria. Todo lo bonito hay que guardarlo en el cofre de los tesoros para recuperarlo en las tardes de otoño, a la luz de la lumbre y con el alma en las manos. Bendita tú que lo sabes ;)
Besos de alfombra voladora, je, je.
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