lunes, 20 de febrero de 2012

Nos vemos en las bodas y los entierros


A veces, si resides fuera, parece inevitable que sólo nos veamos con la familia en ciertos acontecimientos como bodas y entierros. Yo pienso que, si no fuera así, igual pasaban siglos sin que supiéramos de la prima Enriqueta, del tío Miguel, de Pepita, la vecina que nos peinó en la primera comunión..., y del resto de nuestra gente. Pues bien, este fin de semana he tenido que viajar a Córdoba por un motivo triste, ya que he perdido a una prima. Marisa tenía cuarenta y ocho años, soltera, la más pequeña de los séis hijos de tita Mari. Era melliza con mi primo Antonio y vivía con su madre. La verdad es que la he tratado poco (mi relación era más con sus hermanas mayores, mis otras dos primas: Carmen María y Mercedes (Merchi); aunque Marisa era una chica encantadora). ¿Que de qué ha muerto? Pues, de esa enfermedad que se presenta de repente y de la que, en el futuro, se dirá con asombro: “¿Sabes? en aquella época, la gente se moría de cancer”.

Ya en la puerta de la iglesia, me encontré con mi tía Mercedes, hermana de mi padre, con la que casi me crié (porque yo pasaba más tiempo en casa de los abuelos que en mi casa). Mi tía Mercedes es de esas personas alegres a las que hasta se les caen las lágrimas de risa con cualquier anécdota o chiste; ella también perdió una hija con diecinueve años hace mucho. La vi guapísima. Me dijo que si no fuera por las piernas que ya le van fallando -por eso usa bastón-, la verdad es que se encontraba muy bien de todo. "El bastón, añadí, te da un aire distinguido, tita, de manera que ni te apures". Allí estaba, también, mi primo Miguel Ángel que, al saludarnos, alguien apuntó: “Mira, ahí tenemos al sobrino más pequeño de la familia y a la sobrina mayor (la sobrina mayor soy yo, primera nieta de mis abuelos paternos). Entre estos extremos de mayor y menor, se encuentra el resto: sobrinos y sobrinas a quienes nuestras tías (las dos que quedan), miran con los ojos perdidos en la memoria: “¿Te acuerdas una vez que de pequeña te quedaste a dormir en mi casa y os quise preparar churros con chocolate para desayunar?” “Claro que me acuerdo, tita, esa marca te la hiciste ese día, cuando un churro explotó, te saltó aceite a la cara y lo que pudo ser un desayuno divertido se convirtió en una tragedia... Cuántos años ¿verdad?”

Me hizo ilusión volver a encontrarme con la familia, de la que ya faltan muchos; a otros no los vi, como a mi primo José Manuel (el escritor) que trabajaba en el diario Córdoba y hace tiempo que se retiró con su mujer y los niños a un pueblecito de Badajoz (Atalaya), para recuperarse de una dolencia cardíaca (parece que estuvo en el entierro, al que yo no pude ir, pero en la misa, no, por eso no nos vimos). También eché de menos a su hermana, mi prima Conchita, a la que hace mucho tiempo que no veo; y a mi prima Mercedes (la alemana) que vive en Düsseldorf.

Por lo general, encontré a todo el mundo muy bien; mi prima Carmen Maria tan joven y elegante como siempre (dice mi hermano que parece una ´top model´, y es verdad, aunque lo mejor que tiene es su capacidad para los estudios:una cerebrito); y la prima Merchi, que parece la hermana de sus hijos. Y, desde luego, mi tía María Luisa, la madre de mi prima fallecida, una mujer con una entereza inmensa, capaz de animar a los cinco hijos que le quedan.

La verdad es que resulta una pena que tengamos que vernos en estos acontecimientos tan tristes, porque la última vez que nos encontramos, hace algunos años (en la boda de mi primo José Luis) ya planeamos que haríamos un encuentro en la sierra de Córdoba, para compartir un arroz y un día de campo con los que siguen viviendo en Córdoba y los que se marcharon. La vida, sin embargo, ha querido que nos viéramos antes. En fin, que la familia de mis primas y primos de cañero (así les llamamos, porque vivían en ese barrio cuando eran pequeños) han perdido una hermana, yo he perdido una prima, pero, mi tía María Luisa ha perdido una hija (y eso, creo, es lo más duro que le puede ocurrir a una persona).

¡Ánimo!, tita, ya verás que, aunque no haya consuelo para esto, siempre ayuda el tener a alguien arriba.

Prima, descansa en paz.

PD: He vuelto a casa y al trabajo pensando que quiero ser mejor persona (conmigo y con los demás); que no me voy a enredar en cuestiones banales con la gente, que mi sonrisa estará siempre al servicio de todo el mundo y que hay que disfrutar todos los momentos como si fueran los últimos. Lo mejor de los días es que son como un cuaderno donde siempre tenemos la oportunidad de pasar las páginas de borrones y mala caligrafía para volverlo a intentar en la hoja siguiente.


4 comentarios:

Marinel dijo...

Suele suceder que tras una ocasión así,donde nos reunimos con familiares por sucesos como éste que citas,vuelves a casa con deberes impuestos,entre ellos disfrutar más de la vida,de la familia,de los amigos...
Y luego suele suceder-para desgracia nuestra-que nos olvidamos de todo por culpa de la estresante rutina y su vorágine.
Espero que no te ocurra.
Besos.

Paseo por las nubes dijo...

Cierto, Marinel. La mayoría de las veces es como tú dices, que luego volvemos a la rutina y se nos olvidan los buenos propósitos. Yo, gracias a Dios, hace mucho que tengo en cuenta esto de que la vida es un regalo que hay que disfrutar en cada momento. También es cierto que, en ocasiones como esta, todavía lo tengo más en cuenta. Pero es verdad, hay que hacerse el propósito de no olvidarlo nunca.
Muchos besos y muchas gracias por tu amable comentario.

Adriana Alba dijo...

Felicitaciones por tu Blog y su contenido.

Cariños.

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Una muy loable intención de vida: no dejar pasar las cosas como si tuviésemos la eternidad por delante, darle prioridad a los afectos y a lo que sea realmente importante.

Un abrazo.