miércoles, 11 de noviembre de 2015

No siento las piernas...

                                                      


Nada. Que no hay manera. Ni que me lea un artículo interesante ni que busque en Internet ni que inserte una palabra, un recuerdo, una anécdota... Anda, monina, aparece...
Joder, que no. Que esto de la inspiración es como el lápiz de ojos, cuando más lo necesitas se te cuela debajo del sofá o te lo encuentras sin punta.
¿Me estaré oxidando?...
¡Plas, plas, plas! Me voy al baño, enciendo la luz, pego la cara al espejo y me tiro del párpado: decía mi abuela que si estás malita tienes que mirar la parte interna del párpado inferior y que no esté blanca. A ver..., pues no, no lo está. ¡Agggg! Tampoco es de la garganta, no hay placas a la vista. ¿Y el tono? A ver el tono:
La donna é mobile,
qual piuma al vento,
muta d´accent.
E di pensiero...

Perfecto. ¿Entonces?... ¿Por qué todavía no escribí nada con las horas que son?¡Qué desesperación! (pareado, cacofónico y lombrino; la última palabra me la acabo de inventar, a ver si así engraso circuitos).
Ya sé que no hay que obsesionarse con las cosas, pero es que yo, si dan las doce de la mañana y no escribí algo, pienso: «Un día de entrenamiento perdido». Porque esto de la escritura es como el que corre a diario y va una mañana y no se puede levantar de la cama, ¿chungo, verdad?

¡Ay!, a ver…, creo que se me está ocurriendo algo… ¡Eso es! Voy a contar lo del niñato ese que me encontré ayer en la estación de cercanías y no paraba de hablar por el móvil.
Veamos (me humedezco los dedos y tiro de la bandeja del ordenador). 

¡Mamaaá!
Siiiiii (contesto).
¿Tienes que salir a compraaaar?...
Siiiiii.
Pues, que no se te olvide la espuma del pelooooo.
Nooooo.

¡Vaya! Ahora que me había venido la inspiración... 
Es que, esto de llevar la escritura mezclada con la casa y los encargos, tiene su mérito; y luego dicen que si Pérez Reverte, que si la Isabel Allende … A esos los quisiera yo ver escribiendo con el potaje de garbanzos al fuego, el tío de la luz llamando al portero automático, el niño pidiéndote dinero para gasolina, la vecina de arriba con los tacones y las voces en off:
Mamaaaaaaaá, ¿todavía no te has ido? ¡A ver si te cierran!
En fin, me voy a por la espuma de los cojones, igual me ocurre algo interesante en el camino, vengo y lo cuento. Pero, vamos, que a este ritmo y con la inspiración en el supermercado, me como yo una rosca en el mundo de la escritura.

Ahora comprendo a Rambo cuando dijo aquello de: «No siento las piernas».

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