martes, 5 de octubre de 2010

El pez dorado


No, no voy a hablar del libro de Le Clézio, aunque es una joya: una de esas perlas que sólo aparecen después de muchos naufragios en busca de tesoros.
Lo que yo quería es contar una historia (inventada) donde expresar un sentimiento que nada o poco tiene que ver con la realidad (las cosas no tienen porque ser como yo las veo).

Hace mucho tiempo, navegando por los mares del sur, decidí anclar mi barco y sumergirme en las profundidades de unas aguas repletas de peces de colores (metáfora del ordenador). Al principio, mi piel, poco acostumbrada a la frialdad de las corrientes en unos puntos o a las altas temperaturas en otros, se resintió. De manera que, lo mismo nadaba durante meses, disfrutando de la fauna y el paisaje subacuáticos, que me resguardaba en la orilla durante días.
Poco a poco, con el tiempo, descubrí la ingente variedad de vertebrados distintos que habitan las profundidades marinas. Comprendí que resultaba difícil averiguar cuándo el color de aquellos peces era natural y cuándo simulado. De manera que opté por enfundarme una coraza con la que moverme sin peligro y a salvo de los intrusos. Pero claro, aquello, lejos de protegerme, lo que hizo fue estropear más mi tegumento dérmico por falta de oxígeno.

Un día, sin embargo, y como no podía ser de otra forma, sucedió lo que tenía que suceder:tanto tiempo en el agua termina por humedecerte los ojos; y cuando los ojos se humedecen, todo se desdibuja. Entonces, dejé de navegar.
Pasó el invierno, la primavera, el verano… Las hojas del calendario se desprendían secas, ingrávidas y muertas, como si el tiempo ya no quisiera acompañarme. ¿Qué te ocurre? –dijo la voz. Y yo no supe contestarle.
De repente, en medio de esa vorágine surrealista, apareció el pez dorado: un ejemplar deslumbrante y único. Se movía con soltura, con elegancia -como si el océano le perteneciera por completo-, con una brizna de altiva independencia que no molestaba a nadie; y eso a mí me gustó.
Enséñame – dije. Y él contestó, sígueme. Abrí las compuertas y volví.

Desde entonces, este trocito de océano, chiquitito y azul, se ha convertido en parte de mi mundo; y el pez dorado, en mi guía. Me reconforta imitarle, observar sus movimientos, seguir su rastro, aprender…
Hoy, el pez dorado me dejó una nota en el correo: “Ahora, ya sabes que el poder está dentro de ti. Siempre que me necesites, me vuelves a inventar”.



8 comentarios:

Ave Mundi Luminar dijo...

Que maravilla...que ma-ra-vi-lla.

Es cierto la coraza hace que la dermis del corazón se muera, aparecen las úlceras, el dolor, la asfixia...y despues?.... después más dolor, la carne viva intentando no perecer hasta que un día se convierte en piedra y uno se pregunta si sigue vivo...

Pero la voz...siempre esa voz...sigue ahí... inmovil condenada a vivir a través de los demás, a respirar por los poros de otros, a saborear en otros paladares...

Sin duda como dices con esa maestria tan tuya, merece la pena reinventarse para no ser piedra, merece la pena buscar versiones mejoradas de uno mismo que encuentren sus propios armónicos más allá de las fronteras de lo esperable... y así sorprender, y sorprenderse, cada día, como si fuera el primero, como si fuera el último.

Gracias, como siempre, gracias.

Paseo por las nubes dijo...

Gracias, a ti, Ave.
Me dejas sin palabras; sin palabras.

Lucio Anneo dijo...

Ahora sí, ahora has encontrado tu pulso, tu fortaleza en el ensayo breve y profundo. La meta siguiente es que esas diminutas "obras de arte" salgan del ámbito y del marco restringido e íntimo de los blogs.
¿Qué podriamos hacer para no privar al mundo del deleite de asombrarse de la forma con la que "juntas las palabras"?

tag dijo...

Excelente.
Eres una maga de las palabras, tal y como muy bien me explicaste una vez, de tu chistera y con tu varita magica eres capaz de hilar historias que son tesoros.

Besossssss

Ardilla Roja dijo...

Hola Merce

Uno de mis primeros escritos "Transparente" cuenta una historia parecida; aunque peor escrita jeje Tu protagonista se volvía piedra, la mía cada vez invisible; pero ambas se refugiaron en este océano de seres incorpóreos.

En tu texto es un pez dorado el que consigue romper la coraza, en el mío, el encargado de dar forma a esa cosa cada vez más velada e inapreciable fue un tritón, si, de los que tienen cola de pez; y es que en el mundo marino hay de todo.

Un abrazo con muchas burbujas ;)

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Ese pez dorado resultó ser un tesoro!...qué afortunados los que se topan con él! ejejeje

Un abrazo.

Primavera dijo...

Como me gusto la historia, me gustaria ser o encontrarme con el pez dorado, adoro el mar, no sabria vivir lejos de el.
Un placer pasearme por tus bellas letras.
Primavera

Celia Álvarez Fresno dijo...

Precioso. Precioso. Precioso.
Eres sorprendente, amiga. Siempre buscas esa similitud entre la imaginación y la realidad.
Un beso, y mi admiracion.