domingo, 29 de abril de 2018

Que ocurra lo que tenga que ocurrir


                                                           
 


De cómo el Universo embarra la senda que te empeñas en seguir para colocarte en el camino correcto.

Que ocurra lo que tenga que ocurrir

Me encontré con Maku, una chica a la que hacía tiempo que no veía. Tomamos café y charlamos del dilema en el que se encuentra: tiene un novio majete, pero dice que cuando ve al chico con el que estuvo saliendo, siente que el mundo se para y que ella se desintegra por momentos (como en la peli de Amelie, cuando la protagonista se convierte en agua después de que el chico que le gusta acuda a la cafetería donde ella trabaja).
Si actúa con el corazón, Maku dice que saltaría a por el chico del que está enamorada. Pero claro, la cabeza se impone y ahí estuvo el novio sin un titubeo, mientras que el otro no acababa de dar el paso. Vaya si la cosa está difícil..., y es que la mente no comprende lo que el corazón siente.
A mí no me gusta dar consejos. Cada persona es un mundo y lo que a una le pudiera venir bien a otra le puede salir por la culata, pero ya que la chica se había sincerado, apunté que, en estos casos, lo mejor sería dejarse llevar.
—Y ¿qué significa dejarse llevar? —preguntó ella.
—Significa permitir que ocurra lo que tenga que ocurrir sin forzar nada. —Y añadí que el Universo tiene un plan para cada uno de nosotros. Y que, según ese plan, en la vida nos vamos a topar con todo lo que nos ayude a encontrar nuestro camino.
—¿Sí? Y cuando se va todo al traste, ¿también eso forma parte del plan del Universo?
—También. Lo que queremos no siempre concuerda con lo que necesitamos, y en esto el Universo sabe cómo embarrar la senda que te empeñas en seguir para colocarte de nuevo en la correcta.

Parece que le quedó claro que todo lo que llamamos contrariedades, bofetadas de la vida y demás lo que indica es que vamos contracorriente.
—Vale, pero ¿cómo hago para que esta mente limitada deje de torturarme con este dilema que no consigo resolver? —dijo.
Y le hablé de la meditación.
Meditar es colocarnos en el aquí y el ahora en cada momento. Sin embargo, antes de conseguir esto, necesitamos entrenarnos. ¿Cómo? Con la meditación tradicional, la de sentarnos en una silla o en la postura de loto, erguidos, con los ojos cerrados y “jugar” a que la mente no nos bombardee con sus historias, centrarnos en la respiración dejando pasar cualquier pensamiento que se imponga. No hay que rechazar nada, porque lo que se rechaza se potencia.
—Entonces…, ¿si quiero dejar de pensar en “el otro” pero no puedo evitarlo?...
—Nada, no pasa nada. Reconoces que estás pensando en él, lo acoges, lo respiras y lo sueltas… No lo liberas, que sería distinto. Liberarse es de todo. Soltar se refiere a algo concreto.
—Practicaré la meditación, aunque no me va a resultar fácil controlar la mente.
—Si dices que no será fácil, no lo será. Esto es como el que se apunta al gimnasio, los primeros meses cuesta, pero luego es pan comido. Y a la mente no le digas que la vas a controlar, solo juega con ella. Si descubres que se te ha colado un pensamiento cuando estás en meditación, solo apunta: 1-0 para la mente, hasta que consigas, poco a poco, que los puntos sean todos para ti. Y que sepas que ella (la mente) querrá salirse con la suya. Por eso: te picará la nariz, el ojo, la planta del pie… No le hagas ni caso, tú solo concéntrate en la respiración.
Ains, ¿por qué será que todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda…?


Mercedes Alfaya




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