miércoles, 24 de marzo de 2010

El verdadero valor del anillo.

Te voy a contar algo...
A veces, tengo la impresión de que no existo… La gente pasa por mi lado y ni me ve… Otras, sin embargo, parece que hago demasiado ruido, y luego me dicen eso de: “Tienes mucha energía, una imaginación desbordante, un positivismo envidiable, pero tú apabullas, aburres, cansas…” Así que te lo sueltan; sin pudor alguno… La gente, que es muy envidiosa; y ve que te lo pasas pipa con tus globos, y van y te los pinchan. Ea, porque sí… Porque su vida está vacía y no soportan que otros se diviertan con tan poca cosa…
En fin, que lejos de amedrentarme, me acordé de un cuento que nos ayuda a comprender que no todo el mundo está cualificado para valorarnos; y que, lo que para unos resulta un lastre, a otros les parece una joya.
Te dejo el cuento...
Que lo disfrutes...

El verdadero valor del anillo
Hay una vieja historia de un joven que concurrió a un sabio en busca de ayuda.
—Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
—Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después... –y haciendo una pausa agregó— Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te
pueda ayudar.
—E... encantado, maestro –titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
—Bien –asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó –toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete antes y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió.
Apenas llegó, empezó a ofrecer al anillo a los mercaderes.
Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo
que pretendía por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado –más de cien personas— y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
—Maestro –dijo— lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
—Qué importante lo que dijiste, joven amigo –contestó sonriente el maestro—. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
—Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo. ¡¿58 monedas?! –exclamó el joven.
—Sí –replicó el joyero— Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
—Siéntate –dijo el maestro después de escucharlo—. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

4 comentarios:

Susana dijo...

Este cuento tendríamos que tenerlo impreso, enmarcado y colgado en la pared de nuestra habitación favorita, para que no se nos olvide nunca el mensaje que transmite. Seguro que nos ahorrábamos algún que otro disgustillo. Yo, por lo menos, seguro.

Besitos.

Ave Mundi Luminar dijo...

Inmenso relato, inmensa lección, y más en nuestros tiempos en los que tanta tendencia tenemos a preguntarnos por nuestro valor.

Gracias.

Un abrazo enormemente agradecido.

Mar Cano Montil dijo...

¡Cómo me gustan estos cuentos, Merce!

Contado con palabras y lenguaje sencillo, transmiten una gran sabiduría que, como dice Susana, nos lo deberíamos colgar con tachuelas de las orejas para no olvidarlo jamás. Quizás nuestra estima o el amor que sentimos por nosotros mismos se sanara para siempre.

¡Cuántas veces los demás nos devuelven la imagen del fracaso y la mediocridad, y lo peor de todo, nos lo crreemos!

Y ese experto que valora la joya, deberíamos ser nosotros mismos...

Un besito.

PSD: Me gusta muchísimo la frase de Amado Nervo que has puesto en el recibidor, hace que todavía entre más luz...;=)

Ardilla Roja dijo...

Un cuento muy bueno. Pasé por encima hace unos días y hoy que tengo mas tiempo he venido a leerlo.

Sabias palabras las del maestro. A veces se nos olvida que no es lo mismo precio que valor. El primero cualquiera es capaz de ponerlo, para lo segundo se necesitan expertos.

Besos de fresas con yogur. Me encantan.